Sobre Religión

miércoles, 27 de octubre de 2010

El botellero

Hacía tiempo que no pasaba el hombre;  un montón de botellas se acumulaban en el patio trasero de mi casa. Esta mañana he visto su viejo y destartalado triciclo parado en el parqueo, he supuesto que él estaría rebuscando en las basuras del vecindario; me he arrimado a la ventana y he gritado: botellero!; desde lejos  ha venido su voz concisa: “weeepa!”; a la que he contestado “por detrás del pasillo”
El pasillo es el lateral de la casa que conecta el patio con la calle. He ido hasta allá para acercar las botellas y poder  entregárselas cuando viniera; pero no llegaba. Me ha extrañado, normalmente es rápido en la llamada. He vuelto a gritar, “Botellero!”, pensando que quizás no supiera de donde venía el primer llamado. “Ya va! Ya va!”, ha contestado próximo.
Al asomar tras el muro le he dicho con habitualidad “Tiempo sin verle!”,  a lo que él ha replicado; “he estado malo don, he estado malo”
El botellero andaba lento, arrastrando la pierna; su expresión manifestaba dolor disimulado o, mejor, íntimo.
En el tiempo  en que lo he conocido nuestros diálogos (si así se puede decir a cosa tan escasa y corta) apenas  daban ocasión más que para un verbo… y a veces ni eso!,  un “Dios le bendiga” y un “gracias a usted”;  pero esta vez la circunstancia  obligaba a más extensión.
Muy poco a poco el hombre se ha ido acercando a la verja, su pierna derecha no bajaba recta, hacía un raro y abierto ángulo que se iniciaba a partir de la rodilla, justo en cuya altura se podía observar de forma clara un hueso -  posiblemente la parte superior de la tibia - que empujaba la piel hacia fuera.
-          “y qué pasó?” – le he dicho mostrando interés
Me ha relatado el suceso;  conciso, serio, sin más drama que el que el propio suceso tiene.
-          “Me accidenté” – ha dicho – “se me volteó el triciclo y me rompí la pierna”
-          “Pero” – he preguntado sorprendido de  que no se la hubiese curado – “¿no se ha hecho chequear por un médico?”
-          “Si, sí” – ha continuado – “lo que sucede es que yo me dirigí al hospital y tras mucho esperar me dijeron que tenía que pagar cuatro mil pesos” – ha hecho una pausa – “Yo soy solo, sabe, así que para juntarlos no me tocaba otra  que recoger cuantas botellas me fuera posible; pero los del mercado me ayudaron  y entre todos  consiguieron lo que necesitaba”.
-          “¿Entonces… qué pasó?”-
-          “ Entregué los cuatro mil pesos pero dijeron que ese día no podían atenderme que volviera en un par de días. Resulta, don – ha aclarado -  que los médicos están enfadados con el gobierno porque no les suben los salarios. Yo les dije que si bien entendía el enfado que tenían, no comprendía porque no podían atenderme a mí. Me trataron mal, sabe?. Volví a los dos días, pero me dijeron de nuevo que si no llevaba cuatro mil pesos que no me podían atender; les dije que yo ya había entregado los cuatro mil pesos, pero ellos dijeron que no era así, y me trataron de mentiroso ”-  
No hay rencor en sus palabras, ni siquiera resignación, simplemente explica los acontecimientos como quien explica un viaje, como si aún no hubiera acertado en dar con la puerta que finalmente le solucionará su mal.

-          “Si me consigo pronto la comida de hoy” – ha continuado – “ iré a la sede del PLD (partido en el gobierno) para ver si allá alguien me escucha”. “Sabe? Este paísito se nos está escapando; incluso para ustedes, porque yo se que aunque ustedes vivan bien también se eximen de muchas cosas”
Ha empezado a empujar su triciclo para seguir con su acostumbrada ruta de basuras.  Le he dicho que esperase, he buscado en mi billetera, desgraciadamente no tenía más que cincuenta pesos (un euro). Se los he dado.
-          “Qué Dios le bendiga siempre” me ha dicho generoso
-          “Qué Dios le bendiga a usted”, le he dicho convencido.

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