Sobre Religión

miércoles, 27 de octubre de 2010

CONFIESO


Confieso que rezo cuando me agobio más de la cuenta. “Ajá!”, me diréis, “entonces….?”; entonces nada. No es que me ponga en manos de Dios o de un supuesto Dios, sencillamente es un mantra que me enseñaron a modo de oración  que consigue por su propio ritmo y sonido obstaculizar por instantes el pensamiento, pena, agobio  o miedo que me enloquezca. Es el Om del yoga a la cristiana.  He de decir que no me vale cualquier oración; antes solo eran dos, el avemaría y el padrenuestro;  las  soltaba acelerado y sin respirar, atravesadas y pisoteadas las palabras unas contra las otra, mal vocalizadas y comiéndome la mitad de las frases. En cámara lenta sería algo así:
Padrenuestroncielosanticadosetunombrevengotrosreinohágasetadcielotierra, amén”, seguido - tras un rápido respiro por - “Diostesalvemariaenaegraciañortigobentumujeresditoofrutojesus,glrbrrrdoresrgraa; amén
Un día sin embargo me salió espontánea aquella que me trae dulces recuerdos:  “cuatro esquinitas tiene mi cama cuatro angelitos que me la guardan”.  Repetida una vez tras otra no puedo quejarme de su efecto balsámico.
La cosa está en decirlas a la velocidad del sonido, con el ritmo adecuado, las respiraciones en su sitio y repetirlas hasta el cansancio, cansancio que finalmente te da la cordura para volver a ponerte en tu sitio.
Con el paso del tiempo, ante un muy triste acontecimiento que requería de todos los “oms” “avemarías”  o “padrenuestros” disponibles - de tanto que era el dolor - oí, de repente (en las cien mil veces repetidas oraciones) frases que cual espadas me violentaban; es decir, me oía a mi diciendo frases que me violentaban; la primera de ellas fue  “hágase tu voluntad”. Sonaba dura y tremenda, cortante e insultante. ¿Cómo podía yo decir hágase tu voluntad?, ¿cómo podía yo conceder ante ese mal terrible?;  estaba petrificado  y decidí no seguir rezando; pero no me quitaba de la cabeza esa maldita frase, no podía quitármela de la cabeza; hasta que comprendí… y al comprender, pude de nuevo usar mi mantra tan necesario, pero  al rato otra frase tronó con igual dureza que la primera: “perdona a quienes nos ofenden”.  Al igual que aquella frené en seco, y del mismo modo se quedó enganchada en mi mente para finalmente volver a comprender. Deslumbró por último un  “no nos dejes caer en la tentación” que me pareció idiotez supina en el instante en que estaba, por no entender en que tentación podía estar yo cayendo cuando había perdido ya el hambre y todo atisbo de ánimo; sin embargo, igual de obstinada que las otras, no la olvidaba. También, esa vez, comprendí.
Tanta fue mi sorpresa que me puse a repasar verso tras verso, tanto del avemaría, como del padrenuestro. El avemaría no es más que lírica, pura idolatría; el padrenuestro sin embargo se desveló como compendio de sabiduría que iba más allá de lo cristiano, más allá de lo religioso; tan aquí en lo humano!.
Elimina el componente religioso-idolátrico en cualquiera de las dos plegarias (o en cualquier otra oración habitual de cualquier religión) y se diluyen en la nada; no así con el padrenuestro
“Padre nuestro que estás en los cielos santificado sea tu nombre”, venga a nosotros tu reino; no es otra cosa que reconocer el todo y la grandeza del todo, reconocer agradecidos aquello que nos rodea y existe (nosotros mismos como parte de ese todo y esta existencia); capaces de hacer eso naturalmente viene el reino, o sea la calma interna.  Imposible sin aceptar previamente que nuestra voluntad está a merced de la aleatoria misma de la vida, al hecho de vivir; es decir, que por mucho orgullo o vanidad que tengamos somos impotentes ante lo súbito, lo inesperado. Asumir lo que sucede requiere de algo preciadísimo y escaso: humildad.
Cierta gente me decía entonces: “no es justo”. Me pregunto, ¿qué justicia  hay ante la muerte y a quién se la reclamas? ¿cómo satisfaces la pérdida de alguien que nos dejó sin más?. ¿Cómo sino aceptando tu pequeñez o la brevedad de la vida puedes seguir viviendo sin carga, todavía con aliento?; aliento como estímulo vital necesario día tras día (el pan).
“Perdona nuestras ofensas así  como perdonamos a quienes ofenden”. Uyyy!!! Ufff!!!  necesita explicación?  Es sanación, pura sanación como lo que tratan de convencernos en las terapias, liberarnos de los rencores que producen a su vez mas rencores, del odio que produce ira… Perdonarnos a nosotros mismos para poder perdonar.
La utilización del dolor, del rencor, de la falta de voluntad, del victimismo, de la rabia… eran en esos instantes la tentación real, así como el dejarse llevar y abandonarse de tal modo que otros tuvieran que velar por ti.
Curioso y desconfiado que soy, averigüé el origen de esta oración por la demasiado sabia en  consuelo y consejo humano. No es - como supuse - de origen cristiano; bien que el cristianismo la eligió y/o desarrolló sabiamente como la más importante  de todas sus oraciones.

No hay comentarios: